lunes, 16 de septiembre de 2013

GRACIAS A LA LIC. MARTA ESPINOLA Y AL EQUIPO CE.F.A.P. por el permanente apoyo

En el 2007, la Licenciada MARTHA ESPINOLA, fundadora de CE.F.A.P, conoció mi trabajo, y con su notable intuición creyó en mí y me dio un pequeño espacio en el Centro que crece cada día....
 




     El CE.F.A.P. como Centro Privado de Formación y Asistencia Psicopedagógica, fue fundado en Septiembre de 1991 por la Psicopedagoga Martha Espínola.     CE.F.A.P., brinda un espacio para el aprendizaje desde un enfoque interdisciplinario, y en interacción con la familia, la escuela y los profesionales vinculados al área de la educación y la salud. 

jueves, 5 de septiembre de 2013

POESIA..que surge desde el amor a los niños

POEMA PARA UN NIÑO AUTISTA
(*)


Y que pueda abrir la puerta para ir…

Descubro tu esencia sin medirla
pequeña muñeca de azúcar
encerrada en tu cajita  musical

Vive en tu mirada que huye
temerosa delicada mariposa

Luz que enciendes y apagas
viene de mundos angélicos
con leguaje aún desconocido

Estás ahí viva dentro tuyo
escondido espejo de  gestos
un eco que nunca se escucha
un ángel que jamás vuela



No te exijo ser lo que espero
mi paso acompaña  tu ritmo
te acerco los colores del mundo
y  tus manos amasan  magia

Acepto tu decreto silencioso
ser especial tesoro escondido
porque te atreviste a nacer
donde se paga ser diferente

Gracias pequeña muñeca confite
me mostraste la puerta que abres
y poder entrar sin que te vayas
para ir siempre juntas a soñar .  


(*) inspirado en una niña paciente  de Arteterapia

                                      MARTA CRISTINA FUSTE PADROS ‘08
                                      Facilitadora de Arte terapia  
CEFAP - Centro de Formación y Atención Psicopedagógica

FOTOS de: talleres...trabajos...pacientitos...varios









































domingo, 1 de septiembre de 2013

LITERATURA DE MI AUTORIA SOBRE SALUD MENTAL Y DISCAPACIDADES, BASADA EN CASOS

Mi sudónimo como escritora es Matilde Mar

Microrrelato sobre tratamientos psiquiátricos

Horquillas

  ¡Eras tan sabia tía Cata! Mamá decía que éramos iguales en todo.
  Contabas historias mágicas de voces y apariciones.  Todos decían que estabas loca y por eso hacías tratamiento en un Neuropsiquiátrico. Me dijiste que “electroshock” era lo que daba cuando metía tus horquillas del pelo en el toma corriente.  
    No completaste tu misión. Supe que eras paranormal, e igual yo, veías espíritus, predecías hechos y curabas el dolor del alma. Siempre que apareces en  mi consultorio del  Neuropsiquiátrico para ayudarme, saco las horquillas de mi pelo y nos reímos del electroshok  como locas.

 Matilde Mar

 RELATO BREVE  SOBRE RESILIENCIA...

PRESENTADO EN I° CONCURSO DE LA ASOCIACION ESPAÑOLA DE PSIQUIATRÍA




"La resiliencia es la capacidad de autosostenerse. Se empezó a estudiar en psicología al observarse que algunos niños y adultos lograban salir adelante después de haber sufrido situaciones adversas graves."


El ave Fénix tiene la capacidad de resurrección de sus propias cenizas. Podríamos usar esta leyenda como analogía con el término acuñado, y cada vez más proclamado por las neurociencias como  Resiliencia: la capacidad que tiene una célula/neurona, un individuo, una familia, un grupo, hasta una comunidad, de soportar crisis, adversidades, y sobreponerse para salir fortalecidos”.


                                      EL ARTE DEL AVE FENIX   
                                        de Mar Cris F. Padrós

    Un proyecto de vida llamado Samanta prometía ser brillante. Sus padres, dos ingenieros, uno industrial y otro civil, ambos profesores de la Universidad Nacional Argentina de Corrientes, decretaron que su hija no podía ser menos. Por eso, decidieron darle una educación y cultura  más allá  de la limitada provincia. A los 16 años, ella partía para Alemania en un viaje de intercambio.
    Samanta se veía segura de sí misma, además de excelente alumna y gran investigadora de la vanguardia, tenía el carisma de atraer amistades que le daban más brillo a su vida social.  Esto garantizaría el buen resultado de sus proyectos en Europa.
    Samanta estaba feliz. Lo que no tenían idea, ni ella ni sus padres, que a veces hay proyectos mueren antes de nacer…
    La lluvia copiosa de aquella tarde, no opacaba la belleza de la ciudadela alemana, pero dificultaba la visión. Desacostumbrada con la señalización, Samanta no vio un coche que iba a alta velocidad y salió de pista, justo cuando cruzaba la calle. La llevó por delante…y el resto, fue una triste noticia durante semanas en los diarios, y profundo dolor de familiares y grupo social de su ciudad natal.
    Cuando el informe del caso clínico llega a la mesa de trabajo, en la reunión con el equipo del CFANP (Centro de Formación y Asistencia Neuropsicológica y Psicopedagógica), la directora, Licenciada Espinosa, dijo que ya conocía muy bien a Samanta. Dos años atrás había sido su paciente, cuando ella era una flamante “master” en neuropsicopedagogía.
   Hubo un silencio interminable. Luego miró a todas con ese gesto que conocíamos cuando algún caso prometía ser un desafío de integración, por a su alta complejidad. Continuaba flotando el silencio. Alguien tenía que leer el informe. Todas las miradas se dirigieron al mismo tiempo sobre mi carpeta.  Pensé que me libraría de comenzar por ser la Arteterapeuta del grupo. No fue así. Agaché la cabeza como aceptando zambullirme en un mar de dolor. Respiré profundo y comencé el resumen:
    -Debido  un accidente automovilístico la paciente sufrió traumatismo encéfalo-craneano con leve lesión en médula. Luego de unos meses en coma, las secuelas fueron importantes en la motricidad general, ya que sólo puede caminar con ayuda de otra persona o silla de ruedas. El lado izquierdo del cuerpo fue afectado con retraimiento del hombro. Y también tiene impedimentos en la motricidad fina, temblor permanente en sus manos; gran dificultad en la dicción (a veces salivación) y desvío del campo visual del ojo izquierdo.  
    Cuando terminé de leer, la directora quebró la densidad del clima agregando:
    -Samanta ingresa como paciente con severos síntomas psicológicos: depresión, apatía, accesos de ira, intento de suicidio. Se la está medicando con psicofármacos. Sus capacidades cognitivas e inteligencia continúan intactas. Aclaro esto, porque sus padres quieren un apoyo para que pueda acceder a una reinserción social y…- hizo una pausa para remarcar lo parecía una utopía - cómo decirlo…también laboral.
    Se acuerda un plan de trabajo que sería supervisado por la dirección. Comienza con Arteterapia, como parte del tratamiento que incluiría terapia con Angelines, la neuropsicóloga, con la cual trabajaríamos estrechamente para marcar los objetivos. Y se complementaría con sesiones de fonoaudiología, además del seguimiento externo que ya tenía con el psiquiatra.
     Por ser menor de edad, y debido a su cuadro, Samanta  escuchó junto a sus padres, todo el plan de tratamiento. Pero antes de aceptarlo, su padre, el ingeniero Quiroga, quien siempre mostraba una pose rígida en el cuerpo, preguntó qué aportaría Arteterapía a la propuesta de una inserción social. Su hija lo miró fijo con su ojo sano.  La directora le salió al cruce argumentando las bondades y beneficio para la paciente. Fingí que no reparaba en su comentario, pero en mi mente quedaron reverberando esas palabras.
    Luego de recibir el conforme de los padres, en la primera reunión del equipo que intervenía en el caso Samanta, llegamos a la conclusión que debíamos sacarla de la inercia emocional. Crearle un proyecto en el cual se conjugaran pasión y fe. Un proyecto propio, que la impulsara a dar el primer paso hacia su futuro. Yo sentía que mi desafío era mayor para facilitarle ese paso, porque debía comenzar por allanar el camino.
    En el 2007, Samanta contaba con 20 años. Esa muchachita atravesó por primera vez mi consultorio, a paso muy lento y con ayuda de su acompañante. No puedo olvidar aún como nuestras miradas se cruzaron; en sus ojos había un mensaje suplicante. Caminó hacia mí con vergüenza; podía leer en su actitud corporal la frase “mira en lo que me transformé”.  Por suerte ella no entendía sobre esa materia, sino hubiera leído en mi cuerpo un… ¿por qué pasó contigo...? Solté la planilla, y al ayudarla a sentarse, instintivamente la abracé. Por unos segundos sentí que su cuerpo cobraba dignidad. Y el mío, firmeza.
     En esa primera sesión, me sorprendió su habilidad mental y la riquísima articulación de frases e ideas en el “dialogo” que mantuvimos, gracias a su acompañante, que familiarizada con su dificultad del habla, me traducía lo que en primera instancia, significaban balbuceos.  Comprendí toda su ira. Samanta tenía que lidiar con una mente brillante envuelta en un cuerpo que no respondía a su genialidad.
     Una vez iniciado el trabajo, establecí algunas estrategias para que ella pudiera redescubrir sus potencialidades y aceptar las limitaciones físicas. Lo haríamos con expresión corporal, baile y movimiento. Les aseguré a mis colegas, que Samanta podría bailar sentada y encontrar su propio ritmo. Su “acorde” corporal.
    -Se puede bailar hasta con el dedo meñique”- agregué en tono de humor en una reunión.
    La conciencia de la “máscara” dramática en su rostro y posterior modificación con propuestas lúdica, y el uso de la voz como grito, vocalización y variación de tonalidades, servirían muy bien, para trabajar sus emociones, en especial la rabia y frustración. Sin olvidar desbloquear, aliviar y mejorar la tonicidad del cuerpo mediante respiración,  técnicas de senso-percepción, y lo más actual sobre “inteligencia sensorial”.
    Estas estrategias enfocadas en la neuroplasticidad, dejarían el camino accesible y evitarían en parte, las “piedras” del auto sabotaje.
    Por fin Samanta comienza a dar sus primeros pasos. En esa etapa,  hubo que potenciar la creatividad y la expresión artística con la pintura. Ella ya asistía esporádicamente un taller para todo público; pero me tocaba analizar puntualmente la creación de sus obras con diferentes técnicas y materiales (acuarela, pastel, óleo, etc.), y cómo adaptarlas al movimiento constante de sus manos.  Ella se expresaba pintando con mucha soltura, en especial con acrílico y esponjado. Y aproveché el movimiento involuntario y constante de su mano derecha, para que quedara trazado en la tela, con diferentes colores y pinceles.
    En cada sesión, se establecían pautas para aumentar su autoestima. Y así fue. Samanta avanzaba a pasos agigantados y su ánimo mejoraba. Sin duda, junto al apoyo de mis otros colegas, cuyo informe era satisfactorio.
    Uno de los objetivos con Arteterapia era ayudarla a ser más feliz. Comenzamos a crear y repetir juntas una afirmación: “la limitación como punto de partida para la creación”. Un día me dijo que cuando pintaba “sentía que su poder estaba en las manos”.
    La otra actividad con la que se expresaba muy bien, era  bailando. Le encantaba bailar en una silla, o de pie sostenida por alguien. Y ella sola creó su siguiente afirmación: “mi cuerpo tiene muchas posibilidades”. ¡Bravo!, le decía al final de cada sesión. Estábamos alcanzando los objetivos.
    Sugerí al grupo que sería interesante estimular su potencial aumentando la frecuencia al taller de pintura para reforzar mi orientación. Samanta tenía posibilidades de descollarse en esa área. Incluso, por su facilidad para la investigación, propuse la posibilidad de una enseñanza sistematizada, adaptándola al programa de Bellas Artes o estudios sobre Historia de Arte.
    -Descubrí un gran talento artístico en ella - informé a Angelinis en la supervisión- que ya había aparecido de niña y realizaba con entusiasmo, hasta que su padre la indujera a dejar esos “pasatiempos” por algo más productivo,  comentó Samanta en una de las sesiones. Te pediría que consideres este asunto- le imploré.
    Angelinis, me dijo que no era un dato menor, e indagaría este tema en la consulta con sus padres.  Considerando esto, en los informes semanales, yo hacía énfasis en la gran capacidad de creativa de nuestra paciente.
    En una de las reuniones generales, comuniqué a sus padres sobre los avances de Samanta.  
    - Sin duda, la posibilidad mostrar las obras que está realizando, produciría un efecto altamente reparador en la autoestima –sostuve- .Además, el Centro ofrece la sala principal para montar una exposición individual.
    -Llegamos a la conclusión que por la calidad, sus obras podrían ser fácilmente vendidas- argumenté con la intención de agradar al padre. Pero una vez más, sentí su mirada de piedra, levantando una muralla que no dejaba entrar ninguna iniciativa sobre la veta artística de su hija.
    La madre se mostró encantada pero al mismo tiempo duvitativa ante la postura de su marido, que permanecía en silencio. El argumento irrefutable de ellos era evitar a toda costa, exponerla como a un “atractivo circense”, pero simplemente lo pensarían…
    Con ese hilo de esperanza, alenté a  Samanta sobre el proyecto de hacer esa muestra. Ponerla como objetivo a corto plazo. Se mostró entusiasmada en un comienzo, pero con el transcurso de los días comenzó a poner escusas como que faltaba terminar los cuadros, que no se sentía inspirada, que se cansaba con facilidad, etc. El entusiasmo inicial disminuía. Hacía un tiempo que había notado un estancamiento en el trabajo de ella. Hablé de esto en la supervisión y con el equipo.
  - Lo más probable es que responda a una fluctuación anímica típica de su cuadro. O tal vez tenga miedo de sus propios logros- me respondió Angelines-. Pero mi intuición me decía que algo andaba mal.
   Un día su madre y la cuidadora no pudieron venir a buscarla. El padre apareció sentado con su típica pose rígida, en la sala de espera. Antes de retirarla, tuve la iniciativa de mostrarle un cuadro de Samanta. Lo miró con cierto desdén e hizo un gesto de fría aceptación. Cuando ellos salieron del consultorio, repentinamente Samanta giró la cabeza, señalando a su padre y poniendo énfasis para ser clara, me dijo casi llorando:
  -¡Él no me compra los materiales...no le gusta que haga esto!  No te quiere. Y si él no me apoya, no puedo hacer la muestra…
    Su padre siguió inmutable, acarreando a Samanta hacia la salida, como si esas palabras, cargadas de dolor y frustración, fueran un berrinche más de su hija desquiciada. Cerré la puerta de mi consultorio y me desplomé en el sillón absolutamente vencida, mientras pensaba cómo comunicar este episodio a la directora.
    Al otro día se convocó a una reunión urgente de equipo. La Lic. Espinosa, había citado a los padres para una hora después. Tal vez en un intento de conformarme, mis colegas comentaron que los papás de Samanta ya tenían fama, en el ámbito de nuestra profesión, de ser problemáticos y muy exigentes.  Se conocía bien la prepotencia del padre. Pero en esa oportunidad,  se había extralimitado, exigiendo que “se elimine Arteterapia del plan de atendimiento, porque lo consideraba irrelevante para su hija”.  
    Con un profundo suspiro, me desinflé en la silla sintiéndome la intrépida que se había animado a atravesar la muralla paterna y fue “capturada”. La directora me miró a los ojos y con cierta solemnidad, comenzó a hablar:
- La dirección junto a todo el equipo ha tomado una decisión.- anunció-. La miré con atención, mientras esperaba escuchar que mi intervención se suspendería.
- Sabemos de los avances que Samanta ha hecho con tus sesiones -continuó con firmeza -. Y la importancia de articular tu intervención con la del equipo- dijo buscando la confirmación de mis colegas que asentían con la cabeza.
 - Bueno, ella puede seguir simplemente con neuropsicología y la fonoaudiología- argumenté con mi tono más profesional, para disimular mi afectación.
    Una negación rotunda y contundente de Espinosa, había marcado la posición del Centro y el rigor profesional que nos caracterizaba, ante esta situación manipuladora del padre de la paciente.
  ­­ -¡O trabajamos todos haciendo respetar nuestra propuesta profesional o les solicitamos gentilmente que se retiren de la institución!. Hay otros lugares donde Samanta puede atenderse.
   Jamás voy a olvidar la sorprendente solidaridad de mis colegas.
   Horas más tarde, me enteré que nunca más vería atravesar la puerta de mi consultorio a esa muchachita tambaleante de pelo negro, mente vivaz, corazón de fuego… pero con alas rotas.
   Esa tarde lluviosa, caminé sin mirar el reloj por el casco viejo de la ciudad. El atardecer cerca del río siempre me alegraba. Pero aquella vez, las lágrimas disimuladas entre las gotas lluvia, se deslizaban hacia el caudaloso Paraná, llevándose mi desasosiego.
    No bastaron las sesiones de terapia que hice después para elaborar lo sucedido. Dentro de mí persistía una profunda y silenciosa sensación de injusticia, que me siguió hasta que sucedió algo que jamás hubiera imaginado.
    Un año más tarde del lamentable episodio, yo iba caminando distraídamente por la zona comercial, cuando veo a la madre de Samanta caminando hacia mi dirección. Bajé la mirada con la intensión de seguir de largo, pero ella me detuvo, me saludó muy efusivamente y comenzó a hablarme como queriendo  justificarse por lo sucedido. Haciendo gala de cortesía, la escuché decir que se había separado del marido, que vivía con Samanta, quien estaba muy contenta ya que había cambiado de taller y con la orientación de una profesora especializada, había hecho cuadros nuevos. Asentí con la mirada, sin mostrar sorpresa. Ya quería sacármela de encima, cuando abre su cartera y me entrega una invitación a mi nombre.
    Una mezcla de sorpresa y gratificación lentificaron mi entendimiento. Eso era increíble... Volví a leer en voz alta:
“Samanta Quiroga realizaba su primera exposición.
    RESURRECCION EN ARTE
Museo Provincial de Bellas Artes - Asociación Civil de Corrientes
21     de  Junio del 2008 a las 20.30”.
    -Samanta me dijo que usted tenía que ir… ¡Por favor! -agregó con su voz cargada de arrepentimiento.  Le agradecí y guardé mi invitación.
     Fui puntual, no quería perder detalles. Ella estaba espléndida. Cuando me vio, su rostro se iluminó e hizo el mismo gesto de complicidad que teníamos entre las dos y que se había construido en cada sesión. La saludé con un fuerte abrazo y me dijo con mejorada pronunciación:
   -Cumplí 21 años. Ahora soy dueña de mi vida…¡Sé que el poder  está en mis manos!
    La felicité con emoción. Luego me aparté porque la “inauguración” de esa nueva etapa era suya. Fue como una celebración a la vida, una fiesta llena de gente que la apoyaba y quería. Con ayuda de un amigo y compañero del nuevo taller, pudo bailar y cantar a su manera.       
    Pasé delante de su profesora y organizadora de la muestra; le agradecí y felicité por su trabajo con ella. No tenía sentido darme a conocer. Me quedé en un rincón de la galería saboreando ese triunfo. Se había hecho justicia. Sentía curarse muchas heridas….
   Siempre supe que Samanta podía exponer su increíble arte. Caminé muy despacio observando la luz de colores y trazos vibrantes de cada cuadro. De pronto me pareció ver en medio de la sala, un Ave Fénix lista para levantar vuelo.

Matilde Mar 

VERSION EN FORMATO DE MICRORRLATO del mismo

LA RESURRECCIÓN. EL ARTE DEL AVE FENIX 

 -¡Su hija puede pintar, exponer y vivir de ello como uno más…!- insistí con énfasis  - sus manos y pies contrahechos, no limitan su mente vivaz y su corazón de fuego.-
 Lo llevé a otra sala  para mostrarle sus cuadros pintados con la boca.
     -¡Mire qué producción! Las alas de su creatividad no están rotas- agregué.
 Repentinamente Samanta entró pateando la puerta con sus muletas, y cargada de ira y dolor exclamó:
     -¡Él sostiene que pintar así es de circo! Papá no me apoya para hacer una muestra-.
  Nunca volvió a mis clases de Arteterapia…
    Un año más tarde, la madre de Samanta vino  al taller a entregarme una invitación que anunciaba:
Samanta Quiroga realiza su primera exposición.
   “RESURRECCION EN ARTE”
………………………………………………………………………………………………………….
   -Mi hija le suplica que vaya – insistió. Yo la apoyé para realizar esta muestra-.
     Fui puntual. Cuando la flamante expositora  me vio, sus ojos brillaron. La felicité por su impactante producción, y segura de sí afirmó:
   -Cumplí su sueño y el mío… ¡Sé que puedo desplegar mis alas!-  .
  La felicidad iluminaba su rostro mientras saludaba a los asistentes, quienes descubrieron  una artista con una capacidad especial.
  Me detuve ante cada cuadro observando la luz  que fluía de los colores y trazos vibrantes.  Veía plasmado ese fuego que había consumido su dolor, transmutándolo en la resurrección de su verdadero ser. 
  Al escuchar a Samanta que me repetía “gracias”, giré la cabeza para responderle,  pero solo vi un Ave Fénix que comenzaba a levantar vuelo.                                              





CUENTO BREVE PARA CONCURSO SOBRE ENFERMEDADES RARAS

DIAGNOSTICO: VOYASERFELIZHASTADESMAYAR
  La directora CANP (Centro de  Asistencia Neuropsicológica y Psicopedagógica) abrió los ojos, se tomó un tiempo,  respiró profundo para anunciar que Tadeo tenía una enfermedad rara y sin un diagnóstico preciso. Se atendía con un neurólogo especialista del Hospital Garraham de Buenos Aires, quien a su vez realizaba interconsultas con especialistas de Estados Unidos, quienes a su vez seguían investigando…
  Por eso nos había enviado un “respetadísimo” y completo informe con la descripción sintomática que nadie entendía:
<Posibles epilepsias. Parálisis alternantes: hemisferio derecho, hemisferio izquierdo, extremidades superiores, extremidades inferiores. Espasmos musculares. Períodos de inconciencia. Falta de Oxígeno con convulsiones esporádicas. (siempre necesita tubo de oxígeno). Luego de las “crisis” se reincorpora a su rutina sin dificultad.  Síntesis: Síndrome Distónico vs. Hemiparesia Alternante”.>
  Sus padres tan confusos como resignados, debían aceptar y seguir adelante con un hijo marcado por un destino incierto... Pero a veces no conseguían lidiar bien con ese espíritu encerrado en un cuerpo doliente. Inexplicablemente doliente.
  Y ahí estaba yo, asignada como terapeuta para darle atención individual a domicilio. Comenzaba con un  panorama nada feliz; me pregunté qué podría hacer por él…
  Tenía la sonrisa alegre de un niño7 años y, durante el tiempo en que dura sacar una foto,  parecía normal, hasta que intentaba comunicarse o comenzar a caminar. El pequeño andaba ladeándose hacia los costados. Tenía un retraso cognitivo importante provocado por la imposibilidad de leer y escribir, pero estaba dotado de una inteligencia alojada en alguna parte de su alma sufriente.
  Sucedía siempre: cuando algo le gustaba mucho, lo hacía feliz, se reía incansablemente hasta quedar flácido y perder por unos minutos la conciencia; quietito, con los ojos abiertos y una sonrisa sin par en los labios…Se recuperaba rápidamente y seguía con sus actividades como si nada le hubiese sucedido.
  Yo era su acompañante terapéutico, y utilizaba todas las herramientas del Arteterapia para incrementar su limitadísima capacidad de aprendizaje.  Se esmeraba y luchaba con todas sus fuerzas para hacer las cosas como los demás niños; y como faltaba lenguaje y dicción, nos comunicábamos usando señalizadores de actividades y objetos.
   Cuando podía, pintaba con una mano enormes pinceladas azules, único color que aprendió a decir  y una “O” torcida, que le divertía su sonido grave al pronunciarla. Si otro día sus dos manitos acompañaban, jugábamos con arcilla o masilla de colores, que cortaba en pedazos con un cuchillo sin filo para hacer “comida”.
   Otras veces cuando sus delgadísimas piernas no tenían fuerza para sostenerlo, yo le contaba cuentos usando títeres,  mostrándole un mundo en movimiento que él no podía realizar. Y si sus dos piernas lo sostenían, era feliz… bailaba y bailaba; cantaba y cantaba copiando a destiempo sólo los sonidos vocálicos u onomatopéyicos de las canciones que repetidamente salían de su reproductora de CDs.
Y podía ser que tuviera la suerte de sostener con una mano una guitarra infantil y contorsionarse como un músico de rock. Porque adoraba la música. A veces armábamos una banda exprés conformada por títeres a quien él dirigía y le adjudicaba pequeños instrumentos.
   Un día llegué a su casa y me dijeron que lo habían internado porque la convulsión había provocado mucha falta de oxígeno. Lo fui a visitar y lo encontré con esa mirada triste de pájaro que cayó de la una rama, y muy pero muy enojado porque quería bajarse de la cama e irse del sanatorio para jugar conmigo.  Cómo le gustaban mucho los aromas, se me ocurrió encender un sahumerio de esencia de rosas, que por casualidad llevaba en la bolsa, y hacer círculos a su alrededor pronunciando el sonido oriental Om varias veces, con la intención de calmarlo…
   El humo aromático que dibujaba formas en el aire junto con mi sonido, le causaron tanta gracia que transformó su ataque de rabia en ataque de risa…hasta quedar flácido y tieso con esa cara de felicidad que mostraba su propia burla a una enfermedad que no tiene nombre ni cura.
   Ahí entendí que su diagnóstico era: “¡voy a ser feliz hasta desmayar!...” Y también entendí cuál era mi misión con él.
  No se sabía cuánto  tiempo que le quedaba de vida, y cómo la viviría dentro de una sociedad que no admite ni contiene a la diversidad. Tampoco se sabía qué tratamiento le venía bien. Yo no tenía la solución. Pero estaba segura que mientras estuviera cerca  y pudiera atenderlo en su casa, le armaría un escenario donde él fuera protagonista y autor de su alegría; sería él quien cambiaría el guion de acuerdo a sus posibilidades. Y los actores serían los seres de su acotada fantasía infantil,  donde la historia fuera siempre divertirse….reír  y reír sin importar desmayar.  Al final, ayudarlo a ser feliz,  era el mejor remedio que le podía dar. Y una cura para los dos.

Matilde Mar

CUENTO CORTO SOBRE RECUPERACION CON ARTETERAPIA
 UN LOCO DE PELÍCULA    por  Matilde Mar

  Este fue un caso singular que tuve como facilitador de Ateterapia en un centro de salud mental para pacientes ambulatorios con trastornos psiquiátricos controlables.  Su nombre era otro, pero para sacarle el rótulo de historia clínica y transformarlo en historia con final feliz, lo llamaremos Gudi. Y Gudi tenía el sueño de hacer una gran película; así que pasaba horas  sentado en salas de cine, cinematecas y frente a la T.V. para ver cuanta película le permitiera su día. Incluso se compró un sillón de director al que le había pintado su nombre.
  Como su diagnóstico era de TOC trastorno obsesivo compulsivo con  alucinaciones, los médicos consideraban a esta actividad como una fijación que acentuaba más sus síntomas.
   Cuando vino a la consulta por primera vez me sorprendió su parecido con el actor y director de cine Woody Allen. No sólo por el físico; algunos trazos de la estructura psicológica de mi paciente acabaron siendo muy similares a las del cineasta. Gudi entró arrastrando su fragilidad y baja complexión física, y se sentó delante de mí con un ademán como de hacer una toma de rodaje. Rápidamente bajé la vista y la coloqué en la ficha clínica que tenía en mi escritorio y  le pregunté cómo se sentía últimamente y me respondió con un tono de suficiencia:
-Bien. Casi estoy terminando el gran guión sobre mí mismo… ¡Un loco de película!
  Sin hacer acuse de su respuesta, le expliqué por qué estaba en ese espacio y qué tipo de trabajo haríamos. Al cabo de un rato, con un gesto nervioso que sacudió su frágil cuerpo, me dijo que escuchaba voces de actores como Tom Hans, Sandra Bullok,  Johnny Deep, Penélope  Cruz, Julia Roberts o directores de cine famosos tales como Scorsece, James Cameron,  Spielberg, F. Coppola y algunos fallecidos como Charles Chaplin, P. Pasolini, Luis Buñuel,  René Clair, Black Eduards, Corin Redgrave, Santiago Oves, Antonio Ozores,  y entre otros. Pero como lo supuse, se sentía identificado con Woody Allen. Había visto todas las películas dirigidas o escritas por él. Hasta Zelig, que debo confesar, es una de mis preferidas. Guidi parecía un incipiente cinéfilo…
   Lo primero que hizo fue quejarse  sobre la medicación que se le recetaba en el centro, porque según él, enmudecía a sus “colaboradores”. Por eso, muchas veces hacía desaparecer alguna dosis, me confesó con mucha culpa, sabiendo las consecuencias.
    Luego de asegurarle que nos íbamos a ocupar del y de sus “actores y directores”,  le expliqué que estábamos iniciando una etapa donde, iríamos a descubrir y reforzar sus dotes artísticas para que pudiera sentirse  mejor. Gudi entrecerró los ojos y giró la cabeza  colocándose en actitud corporal, seguía como si estuviera filmándome.
 Y agregó con el tono sarcástico y humorístico muy al estilo Woody Allen:
  -¡qué bien! me mandaron a ver a un director de cine para que le cuente mi guión porque es tan loco como yo… Usted  también inventa historias, ¿verdad?-
  Su risa irónica inundó el consultorio. Nos reímos al unísono…pero no le contesté.
  Al cabo de varias sesiones ya me había familiarizado con su actitud y posiciones de escuchar, observar y filmar. Y cuando lo sentí más seguro conmigo, le indiqué  cómo hacer un ordenamiento de su imaginario, identificando qué y a quién escuchaba, dándole nombres y creando una historia entre ellos. O sea un argumento…
-Bueno Gudi, ya podemos comenzar a clasificar a tus personajes- insistí seguro de que estaba listo para aceptar la experiencia. Para mi sorpresa, me respondió que no, porque primero necesitaba conocerme más.
-¡¿Quién es realmente usted doctor?! -exclamó con firmeza. Un silencio que duró varios minutos provocó el final de la sesión.
   Él sabía muy bien quién era yo. Gudi les contaba a sus compañeros del centro de atención, que había encontrado un cineasta que lo ayudaría a ser un famoso…y que en mi sala de arte, había muchos libros de teatro, afiches de películas taquilleras y dos máscaras íconos de dramaturgia.
  Su pregunta se refería a algo más profundo que sólo él necesitaba saber para abrirse. Por un instante pensé rápidamente en algo que parecía insólito… ¿pero podría resultar?...
 Seguí varias sesiones más trabajando en la propuesta casi como un observador. En una de las tantas, cuando Gudi entró, vi una actitud diferente en él: abrió su cuaderno y me mostró la lista prolijamente redactada con los nombres, características y la función de los personajes, en una especie de “story board”, con textos escritos a mano. Mientras se arreglaba el pelo con el gesto típico de Allen me dijo: “ya tengo terminada la película”.
  Sin vacilar, se paró y comenzó un monólogo con cada uno, diferenciándolos con expresión corporal por género, edad, trazo de personalidad, y que con su voz  iba cambiando el timbre, tono y volumen. Después de terminar, lo miré con asombro y le pregunté cómo lo había hecho… ¡Fue algo Sorprendente! Estaba delante de un individuo  que había desarrollado naturalmente dotes histriónicas y creativas muy particulares. Gudi, realmente era talentoso. Y podría tener un buen futuro…
  Al otro día, solicité una reunión de equipo para plantear mi programa y sugerí disminuir paulatinamente el medicamento y aumentar las sesiones a tres veces por semana: una para control comportamental y dos para enseñarle a crear situaciones, juegos escénicos e improvisaciones y plasmar ordenadamente en hojas toda esa producción. En suma enseñarle a escribir guiones de cine… ¿a un loco?... ¿por qué no?
  Gudi mostró total entrega al proceso. Además de descubrir su propio talento, la autoestima mejoró rápidamente.  Le expliqué las formalidades para presentarse a concursos donde convocaban autores nóveles de cine. Él prefería el anonimato, por sus dificultades de vincularse socialmente, así que eligió el seudónimo artístico de Gudi.
  Un día llegó junto con la familia, trayendo la noticia de que su guión había sido seleccionado por una productora para filmar  un corto. Y que además tenía un premio en dinero. Todos estaban muy alborotados y emocionados. Mi orientación fue que debían acostumbrase a este nuevo artista y respetarlo como tal.
  La posibilidad de colocar su imaginario y su fantasía en algo artístico, útil y con salida laboral, le permitió dar un salto hacia la integridad y salud mental. Y repercutió en su autovaloración como ser humano.
  Cuando fui al estreno de su primer corto de cine, lo vi muy feliz sentado entre el público, junto a su hermana menor. Me miró con emoción y le hice una seña de éxito. Ahí sentí que ya no me necesitaba más… Gudi se transformó en un respetado autor de cine; envía sus guiones por internet a dónde se convoca y cobra sus derechos de autor. Suele ir a los estrenos locales. Algunas veces yo me cruzo con él. Y ustedes también se lo cruzaron porque esto que están leyendo es su primera película.                THE END